La voz puede ser a veces, el eco de los sentimientos más furtivos, aunque no haga más que dar forma intangible, a una inquietud, un pensamiento, una ilusión, y a veces a todo a la vez, en un esfuerzo que no siempre resulta sencillo entender, incluso para nosotros mismos. Un eco callado, las más de las veces, y convertido en susurro que tanto araña como acaricia los mimbres más invisibles y recónditos de nuestro yo, y como lo representamos en el escenario de la cotidianeidad. La voz abierta es queja; la voz abierta es emoción, deseo, fracaso, esperanza, dolor, ilusión, insignificancia. Un caleidoscopio, en blanco y negro, que intenta gritar, en connivencia con el silencio y los escorzos de la grafía que se desparrama en el lecho seco del papel, para liberar no tanto pasiones, que también, cuanto sensaciones que nos inquietan y nos incomodan, y nos alertan y nos delatan y nos disimulan y nos sosiegan. La Voz abierta, clama la necesidad de hacer realidad, en parte, una voz callada de años que no se atrevía a ser eco, que no conocía la forma de hacerse palabra escrita más allá de las razones comerciales, que pugnaba por no ser silencio dolorido, sino grito abierto, pero sereno, verdad por encima de las aceptaciones y los rechazos, simplemente voz, en la más amplia extensión de la palabra, más allá de contentos y usanzas, y completamente distante de cuestiones y discusiones. La Voz abierta, es el eco de un rincón de la memoria, la afonía de la voz propia y sus verdades, el retumbo que conforma un silencio que nunca guardó completo silencio en los entresijos de los adentro de la esencia más humana posible. Y solo busca, dejarse oír en los oídos serenos de la imaginación, al resguardo del ruido y la monotonía, con la caricia de las sensaciones a flor de piel. La Voz abierta es, simplemente, una caligrafía de sombras mudas, reflejadas en el azogue del casi quebrado espejo de la primera persona del singular.